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Kangchenjunga '86
Kangchenjunga '86
ANDRZEJ MURIÓ ANOCHE….
El camino, que no había conocido hasta ahora, se encontraba en un terreno más salvaje que el que se recorre yendo al Lhotse o al Everest. La marcha empezó a 500 metros sobre el nivel de mar, entre las palmeras, naranjas que maduran y plátanos. Parecía un paraíso. El paisaje, a medida que se avanzaba en “estas escaleras” cambiaba cada día. A una altura de 4000 metros abandonamos ya el último prado, o mejor dicho: pasto. Cuatro días antes de Nochebuena llegamos al campo base bajo el Kangchendzönga, montado ya el 10 de diciembre. Estaba situado en el lateral de un glaciar a una altura de 5200 metros.
Mi situación se complicó un poco. Hasta ahora siempre que había estado en una expedición con Andrzej, habíamos escalado juntos. Sin embargo, llegué al campo base con algo de retraso, cuando Andrzej ya se había juntado con Przemek. Llegamos con Krzysiek a la vez, el nivel de nuestra aclimatación era similar, así que era algo natural que nos uniéramos. Hubiera sido una estupidez, en esta situación, crear nuevos equipos. Pero los dos grupos podían unirse también. Así que partimos los cuatro: Andrzej Czok, Przemek Piasecki, Krzysztof Wielicki y yo. Nuestra colaboración iba muy bien, decidimos quedarnos en esta combinación hasta el fin de la expedición.

Por desgracia no pasamos la Nochebuena juntos. Nosotros estábamos en el campo base auxiliar, y el resto del equipo estaba abajo del todo. Fue el resultado de nuestro cálculo. Deberíamos haber tardado un día desde nuestra base auxiliar hasta el campo base y otro día el camino de vuelta. Además al menos un día deberíamos pasar allí con ellos, en resumen: perderíamos tres días. Empezó a soplar el viento…Pero esta tarde no estábamos preocupados por el viento, sino buscábamos una estrella en el cielo. La primera. ¡La encontramos! Sin ocultar las emociones, nos sentamos a la mesa, pero de repente todo nuestro ánimo para celebrar se desvaneció. Krzysiek se había sentado…sobre la tarta. La estuvo elaborando todo el día, la dejó encima de uno de los bidones y se olvidó de ella. Al querer salvar algo de la tarta tuvimos que raspar lo que pudimos del trasero de Krzysiek. Nunca habíamos comido una tarta servida de esta manera.
Mi situación se complicó un poco. Hasta ahora siempre que había estado en una expedición con Andrzej, habíamos escalado juntos. Sin embargo, llegué al campo base con algo de retraso, cuando Andrzej ya se había juntado con Przemek. Llegamos con Krzysiek a la vez, el nivel de nuestra aclimatación era similar, así que era algo natural que nos uniéramos. Hubiera sido una estupidez, en esta situación, crear nuevos equipos. Pero los dos grupos podían unirse también. Así que partimos los cuatro: Andrzej Czok, Przemek Piasecki, Krzysztof Wielicki y yo. Nuestra colaboración iba muy bien, decidimos quedarnos en esta combinación hasta el fin de la expedición.
– ¿Qué haremos entonces mañana?
– Me encuentro mal, mañana probablemente bajaré- me llegaron las palabras de Andrzej, y luego la voz de Przemek: – Vale, entonces bajaremos juntos.
Krzysiek y yo nos encontrábamos bien, así que resumí la conversación que habíamos mantenido por la tarde: - De acuerdo. Entonces nosotros intentaremos llegar a la cima. Teníamos que recorrer hoy un largo tramo de 800 metros de desnivel. En invierno un tramo muy considerable. Subíamos por la vía normal, por eso a veces desde la nieve asomaban las cuerdas utilizadas por otras expediciones. No nos íbamos asegurando, no íbamos atados. Cada uno llevaba su propio ritmo. Krzysiek me adelantó. Yo no era capaz de mantener su paso. Mi ritmo era más lento. Él subió primero a la cima.
8586 m n.p.m.
Cumbre
Sorprendido, ví que no me iba a esperar en la cima. Comenzó a bajar. Nos cruzamos sin decir ninguna palabra a unos metros de la cima. Más tarde Krzysiek mismo mencionó: - No sé cómo ocurrió. Te estuve esperando en la cumbre casi media hora. Precisamente cuando vi que estabas a punto de llegar a la cima y solo a unos metros más abajo, me puse a bajar. Como si no pudiera esperar algunos minutos más…
Wypowiedź kierownika wyprawy - Andrzeja Machnika, na temat łączności z zespołem szturmowym, podczas ataku szczytowego
5200
3600
100
Lo que recordaba de la cumbre era que llevaba conmigo el radioteléfono. Llevé la batería en un bolsillo cálido para que siguiera funcionando sin problemas. Luego me estorbó durante mi escalada, así que la metí en el bolsillo de la tapa de mi mochila. La metí a propósito en el bolsillo de la tapa, en el sitio de donde con menor esfuerzo podía sacarla y meterla en el radioteléfono. Cuando llegué a la cima lo primero que hice fue intentar sacar la batería. Sin embargo, no la ví. No estaba. Desapareció. Me di por vencido, pero por otro lado el contacto con el campo base no era lo más importante. Durante el descenso, alcancé a Krzysiek, llegamos al campo IV. Hacía un frio del carajo, así que antes de hacer cualquier otra cosa, me metí en el saco de dormir para calentarme un poco. Entonces empecé a cocinar. Cogí el radioteléfono, la mochila y resultó que la batería estaba ahí donde la había guardado durante el ascenso. ¡Qué raro! Pero lo más importante en aquel momento, era que tenía la batería y el radioteléfono y que podía conectarme con el campo base y campo III. Cuando oí sus voces empecé hablar de forma habitual: – Llegamos a la cima, llegamos a la cima, estamos ya en campo IV. Todo bien. “!Cambio!”… En respuesta escuché las felicitaciones, pero noté que les pasaba alguna cosa, lejos del entusiasmo. Las palabras importantes llegaron del campo III. – Tenemos problemas con Andrzej. Se encuentra muy mal…
Durante la noche hacía mucho frio. Sin ninguna pena interrumpimos nuestro sueño para partir. Pero antes de partir había que conectarse, tal como acordamos a las ocho. Llamé al campo III y recibí las peores palabras posibles: – Andrzej murió anoche. Dormía en la carpa con Przemek, así que tenía condiciones un poco mejores que en la carpa de al lado, donde había cuatro personas. Przemek le preparaba todo el rato té caliente, le daba de comer y de beber. A las nueve de la noche se sintió un poco mejor. Przemek algo más tranquilo, volvió a cocinar y alrededor de las diez, cuando se dio la vuelta para darle de nuevo té, Andrzej ya no daba señales de vida. Llamamos al campo base. Respondió el director de la expedición, Andrzej Machnik: – La expedición ha terminado. Terminamos la actividad.
Comenzamos a deliberar: si bajar el cuerpo o enterrar a Andrzej allí mismo, a una altura de 7400 metros. Me parece- dije- que deberíamos prepararle un funeral a Andrzej. Llevémoslo abajo. – Vale, pero ¿quién? Nos dimos cuenta de lo débiles que estaban nuestras fuerzas. Krzysiek y yo estábamos agotados después de haber alcanzado la cima. Artur ayer ya había trasladado a Andrzej al campo III, lo que también le había costado mucho esfuerzo. Al fin y al cabo todos llegamos a la conclusión de enterrar a Andrzej allí, donde había muerto, como dice la tradición del Himalaya. Fue la decisión definitiva. Estábamos todos de pie, rezábamos en voz alta. Andrzej estaba tumbado. Yo seguía sin creer que él no iba a poder salir de ese saco de dormir nunca y subir a las montañas. Es que Andrzej Czok no era solo uno de nosotros, era el alma del entorno silesiano, era Alguien. Con él comencé mi andadura por el Himalaya, nos unían muchas cosas, y no sólo en las montañas, sino también en los valles.
Zdjęcia z obozu III
Pogrzeb Andrzeja Czoka

Atormentados después de todo esto, llegamos al campo base y aquí nos centramos solo en el regreso. Al día siguiente, tras una discusión innecesaria con el director de la expedición, iniciamos con Krzysiek Wielicki y Artur Hajzer el descenso. Así terminó la tercera de las expediciones en las que había participado yo y que habían terminado de forma trágica.

En el aeropuerto de Varsovia nos entrevistó un comentarista deportivo de televisión, que nos inundó con preguntas: ¿Qué ha ocurrido realmente? ¿Por qué? ¿Cómo lo evaluamos? etc. Contamos lo que había pasado y punto. En la televisión salió en un programa de estilo sensacionalista. A unos les gustó, a otros no. Se trataba de una tragedia. En este tipo de situaciones, no hay remedio, todos los periodistas son iguales. Algunos consiguen reprimir esta “avidez de sangre”, otros no. Considero que los periodistas polacos todavía no son los peores en este sentido. Después viajé a Istebna, donde estaban mi mujer y mis hijos. Estaba por fin en casa. Sin embargo, me esperaba allí también un periodista de Katowice, de la revista “Tribuna de los trabajadores”. Quería escribir una historia sobre nuestra expedición. Le conté lo que habíamos vivido durante la expedición y con este material iban a preparar cuatro episodios en las siguientes publicaciones del sábado. A las tres semanas regresó el resto del equipo, entre ellos Andrzej Machnik, quien empezó a montar un escándalo. Acudió a la redacción de la “Tribuna de los trabajadores” quejándose de que no tenían derecho a hablar conmigo, sino que deberían haber hablado con él, el director de la expedición. A raíz de esto salió el quinto episodio sobre nuestra expedición, en el que nos pusieron a caldo. Lo ignoré, pero se me quedó mal sabor de boca después de esta expedición.

Tenía todavía una obligación más que nadie me podía quitar. Un encuentro muy difícil. Me tocaba ir a casa de la mujer de Andrzej, la viuda. Ella ya sabía todo. Habían pasado varios días desde que se había comunicado esta trágica información por teléfono de Katmandu a Bilczewski. Desde entonces la habían repetido en varias ocasiones en la radio, la televisión, los periódicos. Pero eso no cambia el hecho de que debía presentarme allí. Tenía miedo de tener la conversación con los seres queridos de Andrzej. Estaba constantemente pensando cómo decirles, cómo contarles, y eso que conocía muy bien a estas personas. Me siento un poco culpable en este tipo de visitas. Soy yo quien les habla mientras veo en sus ojos una pregunta nunca pronunciada y el asombro de que yo siga vivo y él muerto. Me esperaba la mujer de Andrzej, su pequeña hija, su madre y su hermano. Uno de los hermanos…, porque antes también había muerto en las montañas el otro hermano de Andrzej.

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