- ¿Qué haremos entonces mañana?
- Me encuentro mal, mañana probablemente bajaré- me llegaron las palabras de Andrzeja, , y luego la voz de Przemek: - Vale, entonces bajaremos juntos


Atormentados después de todo esto, llegamos al campo base y aquí nos centramos solo en el regreso. Al día siguiente, tras una discusión innecesaria con el director de la expedición, iniciamos con Krzysiek Wielicki y Artur Hajzer el descenso. Así terminó la tercera de las expediciones en las que había participado yo y que habían terminado de forma trágica.
En el aeropuerto de Varsovia nos entrevistó un comentarista deportivo de televisión, que nos inundó con preguntas: ¿Qué ha ocurrido realmente? ¿Por qué? ¿Cómo lo evaluamos? etc. Contamos lo que había pasado y punto. En la televisión salió en un programa de estilo sensacionalista. A unos les gustó, a otros no. Se trataba de una tragedia. En este tipo de situaciones, no hay remedio, todos los periodistas son iguales. Algunos consiguen reprimir esta “avidez de sangre”, otros no. Considero que los periodistas polacos todavía no son los peores en este sentido. Después viajé a Istebna, donde estaban mi mujer y mis hijos. Estaba por fin en casa. Sin embargo, me esperaba allí también un periodista de Katowice, de la revista “Tribuna de los trabajadores”. Quería escribir una historia sobre nuestra expedición. Le conté lo que habíamos vivido durante la expedición y con este material iban a preparar cuatro episodios en las siguientes publicaciones del sábado. A las tres semanas regresó el resto del equipo, entre ellos Andrzej Machnik, quien empezó a montar un escándalo. Acudió a la redacción de la “Tribuna de los trabajadores” quejándose de que no tenían derecho a hablar conmigo, sino que deberían haber hablado con él, el director de la expedición. A raíz de esto salió el quinto episodio sobre nuestra expedición, en el que nos pusieron a caldo. Lo ignoré, pero se me quedó mal sabor de boca después de esta expedición.
Tenía todavía una obligación más que nadie me podía quitar. Un encuentro muy difícil. Me tocaba ir a casa de la mujer de Andrzej, la viuda. Ella ya sabía todo. Habían pasado varios días desde que se había comunicado esta trágica información por teléfono de Katmandu a Bilczewski. Desde entonces la habían repetido en varias ocasiones en la radio, la televisión, los periódicos. Pero eso no cambia el hecho de que debía presentarme allí. Tenía miedo de tener la conversación con los seres queridos de Andrzej. Estaba constantemente pensando cómo decirles, cómo contarles, y eso que conocía muy bien a estas personas. Me siento un poco culpable en este tipo de visitas. Soy yo quien les habla mientras veo en sus ojos una pregunta nunca pronunciada y el asombro de que yo siga vivo y él muerto. Me esperaba la mujer de Andrzej, su pequeña hija, su madre y su hermano. Uno de los hermanos…, porque antes también había muerto en las montañas el otro hermano de Andrzej.