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K2 ‘86
K2 ‘86
El Camino Más Corto

Tras las tristes experiencias en Kangchenjunga y las discusiones entre el director de expedición y participantes, decidí que ya era hora de dejar de unirme a las grandes expediciones. Debía buscar la opción de escalar por mi cuenta, en equipos más pequeños y en estilo alpino. Sobre eficacia del estilo alpino me había convencido a mí mismo y a otros en numerosas ocasiones. Mientras estaba sentando de forma relajada en mi casa, sonó el teléfono. Me llamaron de Szczecin:
– ¡Hola Jurek! Aquí Tadek Piotrowski. Herligkoffer me ha propuesto participar en una expedición al K2. Puedo llevarme a alguien conmigo. ¿Estarías interesado?
Lo que había decidido sobre grandes expediciones ya no contaba. Le contesté:
– Sí, por supuesto. Cuenta conmigo.

Nos conocimos todos en Dasso. Ahí donde bajándome de un Jeep lleno de polvo, me encontré con un hombre que descaradamente se quedó mirándome la tripa. Me preguntó si era yo el Kukuczka y dijo que no tenía pinta de alpinista. Habíamos hablado mucho sobre la escalada. Tras las primeras conversaciones me di cuenta de que este equipo de jóvenes no tenía grandes ambiciones deportivas. Todavía quedaba por llegar la conversación más importante. Tenía mucha curiosidad sobre que postura iba a tomar el director de la expedición, Karl Herrligkoffer. Al principio propuso una opción que no me convencía:
– Ya he estado en esta vertiente y estoy convencido de que es posible ascender por ella. Sin embargo, yo veía la posibilidad de otra ruta alternativa, que nos ayudaría evitar andar cerca de ese difícil y peligroso serac. No dije mucho más. En alguna de las siguientes conversaciones, todavía durante la caravana, dijo algo que no esperábamos:
– Vosotros vais a llevar la voz cantante. Me habéis convencido de ascender por vuestra ruta. Os pondremos todas las facilidades, recibiréis todo lo que necesitéis. Nos quedamos sin habla. “Compró” nuestra idea sin ninguna objeción.

Tras pasar varios días allí, partimos del campo base. Las condiciones eran malas, ya que había nieve por todas partes. Para la gente que no está familiarizada con el Himalaya, es una especie de maldición tener que moverse por la nieve que te llega hasta las rodillas. Es agotador. En vez de un placer como escalador, es una tortura. Y de este modo pasamos varios días. Ya de camino al sitio donde íbamos a montar el campo I, “nuestros” suizos empezaron a quedarse cada vez más atrás. Estábamos a una altura de 6000 metros, donde una persona sin aclimatación sufre dolores de cabeza, cansancio general y desánimo. No hice ninguna pregunta, esperaba a que ellos nos dijeran algo.
– Esto es peor de lo que pensábamos. Ni siquiera hemos empezado y ya hemos perdido las fuerzas - confesaron sinceramente los suizos.
Ni Tadek ni yo podíamos convencerles. Por la mañana los suizos empezaron el descenso.

Tadek Piotrowski, experto en ascensos invernales, fue el alpinista polaco más destacado entre los años sesenta y setenta. Tenía en su cuenta numerosos primeros ascensos invernales a los Tatras, a los Alpes y a las montañas de Noruega. Junto con Andrzej Zawada hicieron la primera ascensión invernal a Noshaq. Fue algo excepcional ya que nadie antes había ascendido un sietemil en invierno.

Después, él se tuvo que ocupar de sí mismo, puesto que empezó con algunos problemas de salud. Su aclimatación no iba tan rápido, como la nuestra. Empezó a quedarse atrás, llegó al campo base mucho más tarde que nosotros. Todavía no había llegado, cuando durante la descarga cada uno empezó a coger el equipo necesario según sus planes. Era entonces cuando la mayoría de los participantes constató que iban a subir por la vía normal al Broad Peak. No les interesaba nada más. No nos pudimos quejar de aburrimiento en el campo base. Había bullicio como en un hotel internacional. Resultó que en la misma temporada, también iban a atacar la cima del K2 las expediciones: italiana, inglesa, francesa (con Wanda Rutkiewicz), americana, polaca: dirigida por Janusz Majer, coreana, austriaca y una en solitario en por Renato Casarotto.

Jerzy Kukuczka o wspinaczce w wysokich partiach K2.
Por la noche montamos el vivac y empecé a cocinar algo. Con un movimiento brusco se nos cayó la última carga de gas. Ni siquiera la oímos: debió de caerse muy lejos en la nieve. No podíamos preparar la cena, ni tan siquiera la bebida, tan deseada por el cuerpo en esos momentos. A esa altura siempre te encuentras deshidratado, respirando un aire extremadamente seco y sufriendo hiperventilación en la que con cada expiración, expulsas nubes de vapor. Por desgracia, el anhelo de beber mucho no se iba a cumplir pronto. Y allí es imprescindible beber. Incluso cuando ya no notas sed, o cuando no te importa ya nada más que dormir, hay que obligarse a beber algunos litros del agua. Pero esa noche nos quedamos sin bebida. Por la mañana encontré un trozo de vela sobre el que derretí la nieve en una pequeña taza. Ese fue nuestro último desayuno. Nos tenía que bastar.

Ascendíamos por la arista cubierta de hielo y nieve. Llegó un momento en que miré hacia atrás y vi que Diego se había quedado muy rezagado: se sentaba, apoyaba la cabeza, no decía nada. No le di mucha importancia, ya que estaba centrado en escalar una arista bastante afilada con cornisas de nieve. De repente, una de estas cornisas se desprendió bajo mis pies. Lo que provocó una pequeña avalancha que por suerte cayó hacia el otro lado de la arista. La cornisa se había desprendido justo a mis pies, pero yo seguía de pie. Estaba unido por la cuerda con Tadek, así que incluso si me hubiese caído con la cornisa para abajo, estaría probablemente a salvo. Diego había visto lo ocurrido, y debió de impresionarle tanto, que sin decir nada preparó su mochila y comenzó a descender rápidamente dejando allí la mayoría del material que había traído. Poco después Toni dijo que se encontraba muy mal y que mañana regresaría. Nos quedamos los dos solos.

Empezamos de nuevo la escalada. Llegamos al pie del barranco llamado “hockey”, nos adentramos en él, e instalamos un vivac a la altura de 7.800 metros. Al día siguiente conseguimos llegar a 8.300 metros, una altura considerable. Desde allí vi que nuestro barranco, que desde lejos parecía un palo de hockey, se transformaba en una barrera de rocas que bloqueaba nuestro camino hacia la arista de la cumbre. Estaba claro: teníamos que superar esta barrera. Escogimos una zona por donde parecía más fácil de atravesar. Bajo este amenazante muro instalamos el vivac. Al día siguiente decidimos que continuaríamos “a la ligera”. Sería imposible conseguirlo cargados con las mochilas y todo el equipamiento. Escalaba centímetro a centímetro luchando por cada paso. Yo lideraba y Tadek me aseguraba. Teníamos que subir a la cima. No quedaba otra posibilidad.

8611 m.n.p.m
Cumbre
Entre las dos y las tres superamos la barrera de rocas. Con el mayor de los esfuerzos comencé a atravesar el serac. Subí por encima de él y vi el camino. Sentía que la cima estaba muy cerca. - ¡La cima está aquí! Había llegado a la cima. Me senté para relajar un poco los pulmones, el corazón y los músculos. Saqué la cámara e hice varias fotos. De repente me di cuenta de que Tadeusz no había llegado todavía. Di unos pasos atrás y le vi. Estaba a punto de coronar la cima. Intercambiamos las felicitaciones, muertos del cansancio.
300
7600
Sacamos las fotos y para abajo. Había una niebla muy densa. ¿Cómo encontraríamos el camino ahora? El descenso duró muchísimo tiempo. Teníamos una cuerda que podíamos utilizar para bajar. El descenso por el tramo más empinado nos llevó un día entero. Oscureció y otra vez no sabíamos por dónde ir. Teníamos que parar y pasar allí la noche. Después, seguimos el descenso: clavando el piolet, luego una pierna, otra vez clavando el piolet y luego la otra pierna…Tadeusz bajaba detrás de mí. A la mitad de la cuesta me detuve y miré para arriba. Iba siguiendo mis huellas. Miré otra vez para arriba y vi que de la pierna de Tadeusz se había caído el crampón. Grité algo, pero en el siguiente segundo pasó lo más inesperado: el otro crampón estaba volando hacia abajo. Tadeusz se estaba sujetando ya solo del piolet clavado. Grité: -¡Cuidaaaado!
Pero era ya demasiado tarde, ninguna advertencia podía mejorar la situación. Tadeusz intentó luchar todavía un rato, pero estaba igual que una persona a la que le han quitado la escalera debajo de los pies. Intentó agarrarse al piolet, pero no aguantó así mucho rato. El piolet quedó clavado. Tadek voló hacía abajo. En un momento estábamos a la misma altura y gritó:
– ¡Jureeek!
Fragment wypowiedzi Danuty Piotrowskiej z dokumentu “Himalaiści. Zerwana lina”.
Fragment wypowiedzi Danuty Piotrowskiej z dokumentu “Himalaiści. Zerwana lina”.
Sentí un fuerte impacto. Tadeusz literalmente se deslizó sobre mí y continuó cayendo hacia abajo. Pasaron varios segundos hasta darme cuenta de que yo seguía en mi sitio. Giré la cabeza y todo lo que vi era la nieve rodando por la inclinada ladera y un canalón tallado en la nieve que conducía hasta abajo. Unos cien metros más abajo, donde ladera se convertía en pared, no se veían ya más huellas de Tadeusz. Intenté gritar, pero pronto me di cuenta de que estos gritos no tenían ningún sentido. Decidí seguir por el mismo camino por donde había caído él. Transcurrieron varias horas hasta que llegué a conclusión de que esta búsqueda no iba a tener efecto. Me rendí y me dirigí hacía las carpas. Empecé a buscar el radioteléfono. Lo encontré y me quedé mirándolo un buen rato porque nunca había tenido uno parecido. Apreté el botón e intenté conectarme con el campo base. Seguí intentando establecer contacto con el campo base mientras cocinaba. De vez en cuando me quedaba medio dormido. Descendí con la cabeza baja. A la noche me encontré de camino con los coreanos que me ayudaron un poco. Les pedí que me dejaran conectarme con el campo base con su radioteléfono. Esta vez no tuve problemas de conexión. Pedí que me atendiera Janusz Majer y le comuniqué el accidente. Sabía que los muchachos se pondrían en marcha enseguida para subir y buscar a Tadeusz.

Janusz y los muchachos estuvieron buscando, pero no encontraron ningún rastro de Tadeusz. También estuvieron allí los suizos, los mismos que se separaron de nosotros al inicio de la ascensión y los que decían que esta ascensión no iba a tener sentido. Ahora desinteresadamente intentaban encontrarle, pero por desgracia también regresaron con las manos vacías. No había ni un rastro de Tadeusz. Una semana después del regreso, me subí al tren a Szczecin para visitar a la mujer de Tadek: Danka. No la conocía mucho. Solo nos habíamos visto en alguna ocasión en el refugio en Morskie Oko. Ahora estaba delante de la puerta de su casa y necesité un buen rato hasta que logré llamar al timbre. Tenía conmigo todos los carretes que había hecho Tadeusz durante la expedición. También tenía algunos pequeños objetos personales de Tadek, el resto de las cosas llegarían con el equipaje de la expedición. Le entregué a Danka también las fotos que había tomado yo en la cima de K2 y en las que salía sobre todo Tadeusz. Se le veía muy feliz, a pesar del cansancio. Una de las fotos que saqué en el momento en el que Tadeusz iba a poner el pie en la cima, tenía los brazos levantados. Parecía volar…

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