Tras las tristes experiencias en Kangchenjunga y las discusiones entre el director de expedición y participantes, decidí que ya era hora de dejar de unirme a las grandes expediciones. Debía buscar la opción de escalar por mi cuenta, en equipos más pequeños y en estilo alpino. Sobre eficacia del estilo alpino me había convencido a mí mismo y a otros en numerosas ocasiones. Mientras estaba sentando de forma relajada en mi casa, sonó el teléfono. Me llamaron de Szczecin:
– ¡Hola Jurek! Aquí Tadek Piotrowski. Herligkoffer me ha propuesto participar en una expedición al K2.
Puedo llevarme a alguien conmigo. ¿Estarías interesado?
Lo que había decidido sobre grandes expediciones ya no contaba. Le contesté:
– Sí, por supuesto. Cuenta conmigo.
Nos conocimos todos en Dasso. Ahí donde bajándome de un Jeep lleno de polvo, me encontré con un hombre que descaradamente se quedó mirándome la tripa. Me preguntó si era yo el Kukuczka y dijo que no tenía pinta de alpinista. Habíamos hablado mucho sobre la escalada. Tras las primeras conversaciones me di cuenta de que este equipo de jóvenes no tenía grandes ambiciones deportivas. Todavía quedaba por llegar la conversación más importante. Tenía mucha curiosidad sobre que postura iba a tomar el director de la expedición, Karl Herrligkoffer. Al principio propuso una opción que no me convencía:
- Ya he estado en esta vertiente y estoy convencido de que es posible ascender por ella.
Sin embargo, yo veía la posibilidad de otra ruta alternativa, que nos ayudaría evitar andar cerca de ese difícil y peligroso serac. No dije mucho más. En alguna de las siguientes conversaciones, todavía durante la caravana, dijo algo que no esperábamos:
- Vosotros vais a llevar la voz cantante. Me habéis convencido de ascender por vuestra ruta. Os pondremos todas las facilidades, recibiréis todo lo que necesitéis.
Nos quedamos sin habla. “Compró” nuestra idea sin ninguna objeción.
Tras pasar varios días allí, partimos del campo base. Las condiciones eran malas, ya que había nieve por todas partes. Para la gente que no está familiarizada con el Himalaya, es una especie de maldición tener que moverse por la nieve que te llega hasta las rodillas. Es agotador. En vez de un placer como escalador, es una tortura. Y de este modo pasamos varios días. Ya de camino al sitio donde íbamos a montar el campo I, “nuestros” suizos empezaron a quedarse cada vez más atrás. Estábamos a una altura de 6000 metros, donde una persona sin aclimatación sufre dolores de cabeza, cansancio general y desánimo. No hice ninguna pregunta, esperaba a que ellos nos dijeran algo.
– Esto es peor de lo que pensábamos. Ni siquiera hemos empezado y ya hemos perdido las fuerzas - confesaron sinceramente los suizos.
Ni Tadek ni yo podíamos convencerles. Por la mañana los suizos empezaron el descenso.
Tadek Piotrowski, experto en ascensos invernales, fue el alpinista polaco más destacado entre los años sesenta y setenta. Tenía en su cuenta numerosos primeros ascensos invernales a los Tatras, a los Alpes y a las montañas de Noruega. Junto con Andrzej Zawada hicieron la primera ascensión invernal a Noshaq. Fue algo excepcional ya que nadie antes había ascendido un sietemil en invierno.
Después, él se tuvo que ocupar de sí mismo, puesto que empezó con algunos problemas de salud. Su aclimatación no iba tan rápido, como la nuestra. Empezó a quedarse atrás, llegó al campo base mucho más tarde que nosotros. Todavía no había llegado, cuando durante la descarga cada uno empezó a coger el equipo necesario según sus planes. Era entonces cuando la mayoría de los participantes constató que iban a subir por la vía normal al Broad Peak. No les interesaba nada más. No nos pudimos quejar de aburrimiento en el campo base. Había bullicio como en un hotel internacional. Resultó que en la misma temporada, también iban a atacar la cima del K2 las expediciones: italiana, inglesa, francesa (con Wanda Rutkiewicz), americana, polaca: dirigida por Janusz Majer, coreana, austriaca y una en solitario en por Renato Casarotto.
Ascendíamos por la arista cubierta de hielo y nieve. Llegó un momento en que miré hacia atrás y vi que Diego se había quedado muy rezagado: se sentaba, apoyaba la cabeza, no decía nada. No le di mucha importancia, ya que estaba centrado en escalar una arista bastante afilada con cornisas de nieve. De repente, una de estas cornisas se desprendió bajo mis pies. Lo que provocó una pequeña avalancha que por suerte cayó hacia el otro lado de la arista. La cornisa se había desprendido justo a mis pies, pero yo seguía de pie. Estaba unido por la cuerda con Tadek, así que incluso si me hubiese caído con la cornisa para abajo, estaría probablemente a salvo. Diego había visto lo ocurrido, y debió de impresionarle tanto, que sin decir nada preparó su mochila y comenzó a descender rápidamente dejando allí la mayoría del material que había traído. Poco después Toni dijo que se encontraba muy mal y que mañana regresaría. Nos quedamos los dos solos.
Empezamos de nuevo la escalada. Llegamos al pie del barranco llamado “hockey”, nos adentramos en él, e instalamos un vivac a la altura de 7.800 metros. Al día siguiente conseguimos llegar a 8.300 metros, una altura considerable. Desde allí vi que nuestro barranco, que desde lejos parecía un palo de hockey, se transformaba en una barrera de rocas que bloqueaba nuestro camino hacia la arista de la cumbre. Estaba claro: teníamos que superar esta barrera. Escogimos una zona por donde parecía más fácil de atravesar. Bajo este amenazante muro instalamos el vivac. Al día siguiente decidimos que continuaríamos “a la ligera”. Sería imposible conseguirlo cargados con las mochilas y todo el equipamiento. Escalaba centímetro a centímetro luchando por cada paso. Yo lideraba y Tadek me aseguraba. Teníamos que subir a la cima. No quedaba otra posibilidad.