Wanda Rutkiewicz (1943 - 1992)
Partnerka wspinaczkowa Jerzego Kukuczki. Brali udział w wyprawach na K2 w 1982 roku, Annapurnę w 1987 i Shisha Pangmę w roku 1987. W jej trzydziestą rocznicę śmierci rok 2022 został ogłoszony rokiem Wandy Rutkiewicz.
“Wanda była prekursorką czysto kobiecej działalności w górach. Uważała, że wspinaczka w wyprawach mieszanych uwłacza kobiecie, odbiera jej szansę wykazania, że jest zdolna do tego samego, co mężczyzna. Być może jest to spojrzenie na alpinizm przez pryzmat sportu, który kiedyś uprawiała wyczynowo (grała w siatkówkę). Dlatego przypuszczam, że dążyła do podzielenia alpinizmu na konkurencje kobiecą i męską”.
Krzysztof Wielicki (ur. 1950)
Partner wspinaczkowy Jerzego Kukuczki. Wspólnie zdobyli Kangchenjungę zimą roku 1986 oraz brali udział w wyprawie w góry Nowej Zelandii.
“Krzysiek jest człowiekiem o żelaznym zdrowiu i kondycji, zaszokował niedawno wszystkich akcją na Broad Peaku – z bazy na szczyt i z powrotem w ciągu... niecałych 22 godzin! Jest znakomitym szybkościowcem, należy przypuszczać, że gdyby się teraz zaciął, to mógłby wejść na szczyt mimo pewnych braków aklimatyzacyjnych, pod warunkiem, że odbyłoby się to szybko”.
Cuando volví a Varsovia, el asunto de la expedición al Annapurna estaba en su fase inicial. Me esperaba todo el infierno organizativo, para el que sin duda podía contar con Artur Hajzer, Rysiek Warecki, Krzysiek Wielicki. Del equipo de Varsovia, me llevaría con gusto a su médico Michał Tokarzewski, porque era un tipo muy agradable. ¿A quién más? Me decidí también por Wanda Rutkiewicz y lo hice un poco por interés. A Wanda le encargaron una película para la televisión austriaca, para lo cual había recibido dinero, así que sería una buena inyección de capital, y la verdad es que lo teníamos bastante mal con las divisas. Los chicos aceptaron esta decisión sin entusiasmo, pero Wanda, una mujer muy agradable, logró convencernos. Así que íbamos Artur, Krzysiek, Rysiek, Wanda, Michał y yo. Nos esperaba mucho trabajo y problemas con el dinero. Sobre todo, con las divisas, ya que resultó que cierto "cliente" extranjero se había retirado. Y ahora móntate una expedición. Pero tenía que subir al Annapurna. El asunto tenía mala pinta.
Estábamos convencidos de que la expedición estaba asegurada, ya que contábamos con el apoyo de los varsovianos. Afirmaron que todo lo que teníamos que hacer era ir al Ministerio en Katmandú, pagar el dinero y todo estaría solucionado. Pero resultó que, en la capital nepalesa, nos enteramos de buenas a primeras de que nuestra expedición estaba tachada de la lista. Janusz Kurczab, organizador de la fallida expedición varsoviana, no había respondido en el plazo fijado, no había entregado composición de esta, que era en lo que se basaba la aprobación oficial. Nosotros habíamos llegado con todos nuestros trastos sólo para enterarnos de que no iba a haber expedición. A todo esto, asistía sorprendido Jacek Pałkiewicz, ante el que no ocultamos nuestra mayor ansiedad. Intentamos reactivar la expedición de alguna manera, vagamos de funcionario en funcionario por el Ministerio de Turismo, buscamos todas las posibilidades, pero sin mucho éxito. Entonces, cuando todo parecía completamente perdido, Wanda se acordó que conocía a uno de los diplomáticos indios en Nepal. Empezó a sugerir que, después de todo, para el pequeño Nepal, India debía de ser un vecino importante y poderoso, así que por qué no intentarlo. Y, efectivamente, el empuje de la embajada india se debió de tener en cuenta, porque a partir de aquel momento empezamos a recibir un trato con mucha mayor benevolencia en el Ministerio de Turismo.
Todos llegamos al campamento base. Jacek Pałkiewicz también lo hizo, aunque se podía ver en cada uno de sus pasos que realmente no se sentía seguro en estas montañas. El hecho de que llegara al campamento base lo considero todo un logro. Allí, sin embargo, experimentó desde el principio algo que debió de impresionar incluso a quienes conocían las montañas más altas. Se produjo un auténtico terremoto, tras el cual todo a su alrededor, todas las paredes, todos los glaciares se movieron con estrépito. Para mí también era un fenómeno excepcional, fuera de los criterios de normalidad, pero él lo había vivido por primera vez. Vio y oyó trozos de hielo volando, cómo se levantaba una nube blanca. Polvo de nieve se acercó al mismo campamento base. Debió de haberle asustado en gran medida y no me sorprendió esto en absoluto. Además, tenía algunos problemas renales, por lo que, al cabo de unos días, renunció a continuar la expedición.
Estaba sentado en casa, intentando encontrar una solución a tan mala situación, cuando sonó el teléfono:
- Me llamo Jacek Pałkiewicz y me gustaría hacerle una entrevista.
- ¿Qué le interesaría saber?... Y así comenzó una conversación, similar a otras muchas que ya había tenido con periodistas de distintos países.
- Estoy pensando en una ascensión invernal al Annapurna, nos gustaría partir dentro de unas tres semanas, pero no sé qué va a pasar, porque aún no tenemos el dinero.
- ¿Y cuánto cuesta participar en una expedición de este tipo?
- Entre tres mil quinientos y cuatro mil quinientos. Todo depende de la expedición, del transporte, etc....
- ¿Y me llevarías a mí si te pagara cuatro mil?
Una propuesta así, de una persona normal y corriente que quisiera subir en invierno al Annapurna, no la había tenido nunca.
Decidimos: si insistía, que viniera, al fin y al cabo, a nosotros nos hacía falta el maldito dinero. Si no había estado nunca en las montañas, no sabía lo que son, ya renunciaría por sí mismo tarde o temprano. Quedamos con él en Katmandú.
Se me ocurrieron los temidos "pensamientos". ¿Ascenderíamos cómo se me había ocurrido al principio, o sea por la pared sur, la nueva ruta, o por el lado norte por la ruta francesa, o sea, por la ruta de los primeros conquistadores del Annapurna? Esta última era mucho más fácil técnicamente, pero conducía por la ladera norte. Era invierno, así que ya se sabía que allí no podíamos contar ni con una hora de sol al día, lo cual convertía la ruta en un infierno helado. Sabía, por descripciones de expediciones anteriores que hasta entonces había habido seis intentos de ascenso en invierno, pero sólo una expedición había alcanzado la arista de la cumbre. Sólo llegar al Annapurna por la vertiente norte era un problema, pues había que cruzar collados muy altos, lo que resultaba extremadamente agotador en condiciones invernales. Una expedición invernal japonesa se quedó atascada en este mismo collado, cuando los porteadores se negaron a obedecer y la expedición terminó antes de haber llegado al lugar designado como campamento base. Desde el lado sur, el acceso era fácil, siguiendo una de las rutas turísticas y de trekking más populares. Y ahora la pregunta era: ¿pasar ya desde el principio dificultades para llegar hasta la montaña, pero luego habría una escalada más fácil, aunque en una sombra heladora? O mejor al revés: una aproximación fácil al pie de la montaña, y luego una escalada difícil al sol. Al final tomé una decisión.
- Iremos por la ruta francesa desde el lado norte. De algún modo, superaremos las dificultades que nos esperan al inicio.
Llegamos allí con el primer grupo el 20 de enero y decidimos por nuestra cuenta, continuar un poco más. Pasarían al menos cinco días antes de que se instalara el campamento base, y el tiempo transcurría. Íbamos con mucho retraso. Al día siguiente partimos con el primer grupo de tres personas hacia la cima, sin esperar a que se instalara el campamento base. Comenzamos a escalar. Conseguimos encontrar el camino al campo I, lo que nos ayudó a evitar la peligrosa cascada de hielo. Hicimos vivac. Al día siguiente subimos aún más y, al cabo de tres días, ¡montamos el campo III! Aún no teníamos el campamento base, pero ya estaba listo el campo III. Lo conseguimos porque todavía funcionaba la aclimatación de la expedición anterior, así que no teníamos que graduar prudentemente la altitud a la que actuábamos. El problema más molesto era el frío. Escalábamos una montaña, que estaba permanente a la sombra. Estábamos en enero, y eso que el sol nos dio una agradable sorpresa, ya que algunas horas al día calentaba con sus rayos el campo base. En invierno esto significa mucho.
Estábamos a una altitud de 6.800 metros. Allí, tras pasar la noche, queríamos dejar las tiendas y luego descender al campo base para descansar y en la próxima ascensión ya atacar la cumbre desde este mismo punto. Por la noche, en la tienda, empecé a pensar en la situación que se había creado. Básicamente me encontraba bien, mi aclimatación y la de Artur eran suficientes. ¿Quizá deberíamos intentar saltarnos la siguiente fase de adaptación del cuerpo y subir más mañana? Mientras permanecía sentado en la tienda con Wanda, bebiendo té, de la nada grité:
- ¡Mañana sigo subiendo! ¿Quién viene conmigo?
Se hizo el silencio, veía la clara sorpresa en los ojos de Wanda. Debió de pasar un buen rato para que llegara desde la otra tienda la voz de Artur:
- ¡Yo!
Y en ese momento, la situación quedó clara. Como Wanda no podía continuar, su aclimatación era mucho más débil. Krzysiek Wielicki aún no estaba tan bien aclimatado como nosotros. Así que de forma natural se creó un equipo que, en realidad, debería haberse formado desde el principio.
Artur y yo recogimos la tienda y empezamos a ascender. Al principio soplaba el viento, caminamos entre una nube de nieve, pero no era el mismo viento que había estado soplando antes. Porque desde la base, siempre que había sol, veíamos enormes penachos blancos por encima de la cumbre. La visibilidad era reducida. La cumbre sólo aparecía de vez en cuando, y entonces intentaba recordar lo suficiente para no perder la dirección correcta. ¡Veía que ya solo nos separan de ella los dos últimos collados! Teníamos que subir por el segundo de ellos. Mejor por ese lado, porque si subíamos la montaña demasiado pronto y llegábamos a la arista de la cumbre, quién sabe si no resultaría más difícil. Y aquí el terreno era relativamente fácil. Aun a 200 metros de la cumbre, nos encontramos con dificultades técnicas. Dejamos allí la cuerda, confiando en que nos sería de ayuda a nuestro regreso.
Al día siguiente partimos los cuatro, es decir, Krzysiek, Artur, Wanda y yo. Teníamos la intención de instalar el campo IV, o tal vez incluso el V, y descender hasta el campo base para volver a coger fuerzas para el siguiente ascenso, que ya sería el ataque a la cima. Progresamos en un sistema alpino, aunque los puristas podrían aquí hacer algunas objeciones. Llevábamos nuestras tiendas y todo nuestro equipamiento lo más alto posible, con la premisa de que sólo montaríamos campamentos en nuestro descenso. Todo el tiempo hacía un frío horrible. Esta fría oscuridad por la que avanzábamos se me quedó grabada en la memoria quizá para siempre. Además el hielo. En invierno, esta ladera se transforma en una montaña de cristal. Pisábamos el hielo tan duro que incluso los afilados dientes de los crampones no podían con él. A cada paso, había que golpear con fuerza varias veces con la bota para que los dientes de acero de los crampones encontraran por fin un buen agarre. Esta cristalera comenzaba a partir de los 6.000 metros. Por eso la escalada iba bastante despacio.