Incluso antes del K2, había dado algunos pasos para preparar una expedición al Manaslu y al Annapurna. Justo antes de partir con la expedición de Herrligkoffer, le propuse a Artur participar en la expedición. Llevaba mucho tiempo observando sus actividades en la montaña y sus labores organizativas en el club. Tenía el mismo “pedigrí” montañero que yo, pues había empezado de muy joven en el Club de Tatras de los Scouts. Había estado con él en el Kangchenjunga y en el Lhotse Sur. Sabía que era un chico muy apto, ambicioso, trabajador y muy bueno en la organización. Por eso le propuse participar en esta expedición, pero con la condición de que se encargara de los trabajos de organización durante mi ausencia, junto con Rysiek Warecki, que nos acompañaría como realizador. La expedición la patrocinaría nuestro club de Katowice. Todo estaba registrado, incluido el dinero, con los cinco mil dólares conseguidos por teléfono por el primer ministro, en una conversación con la Comisión de Cultura Física y Deporte.
En Katmandú nos esperaba Wojtek Kurtyka. Mientras yo subía al K2, él subía a la Torre Trango con los japoneses. Nos encontramos con él en el camino al glaciar Baltoro. Dijo entonces:
– En realidad, no sé qué hacer en otoño, pero me encantaría volver al Himalaya.
- Vente conmigo. Tenemos permiso para escalar el Manaslu y el Annapurna" – respondí y vi que se alegró de forma evidente. Enseguida dijo:
- En ese caso, os esperaré en Katmandú.
Y allí estaba. También nos esperaban, invitados a unirse a nuestra expedición, Carlos y Elsa, la pareja de mejicanos que había conocido en el Nanga; el austríaco Edek Westerlund, que nos había ayudado mucho porque hizo muchos contactos con varias empresas, gracias a lo cual conseguimos nuestra primera ayuda occidental para el equipamiento. Por primera vez teníamos equipamiento de alta gama. Uno el que siempre había envidiado a otros escaladores que disponían de dinero. Estábamos muy orgullosos de él. Sobre todo, Artur, que era el más joven entre nosotros, el menos familiarizado. El mero hecho de que fuera con nosotros de expedición con semejante equipo, tenía que ser una gran experiencia para él. Teníamos dos permisos, para el Manaslu y el Annapurna.
Naik (el ayudante del sirdar) se quedó pasmado al ver sus estafas registradas con precisión en la pequeña pantalla.
Su reacción, sin embargo, nos dejó estupefactos. Nos exigió primas por conducir a los porteadores al campamento base. Ante nuestra tranquila pero firme negativa, el naik empezó a echar espumarajos e incluso a amenazar con presentar una queja ante el Ministerio de Turismo. En un momento dado, llegó incluso a agarrar un cuchillo.
- Bien. Inténtalo. Lo tenemos todo grabado, veremos a quién creen en el Ministerio.
Esto no lo soportó el propio sirdar, que hasta entonces no había interferido en nada. Ahora, sin embargo, se echó a llorar, rogando que no utilizáramos el material.
- Es él. Me convenció él - señalaba su ayudante....
- Está bien, está bien. Despide inmediatamente al naik, arregla las cuentas, pero, sobre todo, lleva la caravana al campo base. Olvidemos todo esto.
Sin embargo, si alguien perdió algo, fuimos nosotros y nuestros nervios. A veces, en los momentos críticos de estas discusiones, me venían los recuerdos no tan lejanos, de cuando iba con la caravana de Karl Herrligkoffer, que tan insistentemente nos decía que no regateáramos con nadie, que pagáramos lo que nos pidieran. Porque el relax psíquico también tiene su precio. Para qué preocuparse por cosas insignificantes o por el dinero ante unas montañas preciosas. Por desgracia, sólo las personas que pueden permitírselo pueden calcular de esta manera.

Me marché de expedición, pero los chicos ya sabían dónde ir y a quién acudir, qué comprar, cómo manejarse. La vuelta la tenía prevista para 18 de julio, cuando todo debía estar empaquetado y listo, porque debíamos partir para Manaslu en cualquier momento. Había periodistas, me llevaron delante de las cámaras, pero entre la gente que me esperaba en el aeropuerto estaba también Artur Hajzer, que tenía pinta de estar insatisfecho de algo.
– Tengo malas noticias. No hay dinero...
Básicamente, todo para la expedición estaba preparado, sólo faltaba el dinero que el primer ministro había prometido conseguir del ministerio. Y ahora, desde los primeros momentos a la vuelta en mi país, comenzó la persecución. De algún modo, al final lo superamos todo. Conseguimos un importante descuento para el traslado de nuestro equipaje por avión y una rebaja del 50% en nuestros billetes, algo en lo que ayudó el sello del despacho del primer ministro en una carta a la compañía aérea LOT. Esto nos permitió mantenernos dentro del presupuesto que teníamos. Sin embargo, lo que realmente nos salvó, fue un préstamo de la Asociación Polaca de Alpinismo, que no fue poco, porque eran millón ochocientos mil.
Consideraba el Manaslu como una montaña algo más fácil técnicamente, así que la elegí para el primer fuego. Se llegaba a ella por una ruta larga pero hermosa a través de un valle fluvial salvaje con muchas cascadas y pequeños senderos en la maleza. Las impresiones de este recorrido de 11 días no fueron alteradas ni por las fuertes lluvias de la estación de monzones, ni por las sanguijuelas que nos atacaban desde cada arbusto, ni por las habituales ya aventuras con porteadores y el sirdar, o más bien su ayudante. Intentó timarnos, pero no lo había conseguido gracias a técnicas de vídeo y nuestro conocimiento de los números en nepalí. Llevábamos una cámara y grabamos un vídeo. También grabamos el momento de la entrega del salario a los porteadores. Era la prueba de que el ayudante del sirdar pagaba a los porteadores mucho menos de lo que había incluido en la factura que nos presentó. El último día de la caravana, también observamos todo lo que hacía con mucha atención. ¡Con la cámara!
Cuando vino a arreglar las cuentas, la primera palabra fue nuestra:
- Cuenta exactamente el número de porteadores, multiplica por 40 rupias....
No nos dejó terminar la frase.
- Hace un rato terminé de pagarles 45 rupias a cada uno.
- ¿Estás seguro? Si hemos visto que les pagabas 40.
- No. Desde el principio, 45 a cada uno.
- Escucha y mira esto. Lo tenemos grabado con una cámara de vídeo, así que déjate de lado esta farsa.

- Ayer, el famoso alpinista Reinhold Messner subió a la cumbre del Lhotse. Se convierte así en el primer hombre que había conquistado los 14 ochomiles más altos del mundo.... Él era el primero. En aquel momento descubrí una nota de alivio dentro de mí. Por fin había acabado todo el alboroto en torno a nuestra carrera. Ahora podía dedicarme a mi propio objetivo con tranquilidad. Me faltaban todavía el Manaslu, el Annapurna y el Shisha Pangma.
- Yo para abajo, esto no tiene sentido- volvió a decir Wojtek.
- Yo soy el más joven. Me adaptaré a la decisión que sea, pero preferiría subir, confesó Artur.
Llegó el momento en que todo dependía de lo que diga Carlos. Ni por un momento supusimos que quitaría el peso a la situación.
- Ya que -comenzó en un tono extremadamente serio- Méjico está cada vez en peor situación económica y tengo derecho a pensar que ésta será, por lo tanto, mi última expedición al Himalaya, así que quiero seguir adelante y haré todo lo que haga falta para alcanzar la cima.
Nos echamos a reír, al escuchar de repente unos argumentos que nadie se esperaba. En el fondo le estaba muy agradecido. Por un lado, por haber calmado la tensión que acompañaba a esta votación, y por otro por el hecho de que su voto había inclinado la balanza hacia el "sí". Descendimos al campo base. Cogiendo las fuerzas para el último ataque, nos condenamos a un menú típicamente nepalí: arroz-patata, patata-arroz y, añadido a esto, como un tesoro, media lata de carne para cinco personas, para poder hacer con esto una especie de salsa. Wojtek no soportó la monotonía de esta expedición, las constantes esperas primero frente a la lluvia, luego frente a la nieve y luego los intentos cada vez más desesperantes de andar por las masas de nieve en la montaña. Decidió marcharse antes de tiempo.
El campo base bajo el Manaslu estaba bastante bajo. Se tardaba unas dos horas en subir hasta el glaciar y la nieve. Era el último sitio bastante llano para poder montar las tiendas. Al cabo de dos días salimos para la montaña en excursión de reconocimiento. Nuestro objetivo era la primera ascensión al Manaslu por la arista oriental, que culminaba en una hermosa cima secundaria a 7.925 metros, a tan sólo 170 metros por debajo de la cima principal. Hasta ahora nadie la había pisado. En una palabra: un bocado sabroso. Comenzamos nuestro reconocimiento, buscando un ascenso seguro a la arista. En teoría, el monzón seguía en apogeo. En el campamento base llovía. Sin embargo, éramos optimistas y creíamos que la lluvia acabaría con el monzón y que empezaría el buen tiempo. Pero pasó una semana y nada. Seguía lloviendo. Sólo había intervalos de buen tiempo, que aprovechábamos para acercarnos a la arista para buscar un camino por donde progresar. Colocamos las cuerdas fijas y bajamos. Pero surgió un problema. Rysiek Warecki no se encontraba bien desde hacía unos días. Tomaba unas pastillas contra el resfriado, pero no le ayudaban. Cada vez estaba más débil. Como Edek Westerlund y su esposa Renata estaban terminando su estancia allí, ya que sólo habían venido para pasar sus vacaciones, decidieron bajar todos juntos. Y Rysiek cada vez se encontraba peor. Para él, la expedición había terminado. Quedamos sólo cinco.
Cuando, todavía al principio de la expedición, llegamos al barranco que conducía a la arista, tuve la sensación de que estaba cubierto por una enorme masa de nieve fresca, que amenazaba con escurrirse bajo los pies en cualquier momento. En aquel momento juzgué con un optimismo exagerado
– Sólo hay que ver cuando mejora el tiempo y cuando baja esta masa de nieve. Iremos por el medio de este barranco como por una autopista. Resultó que aquel día que parecía peligroso fue cuando mejores condiciones hubo durante toda la expedición.
Después, la nieve no hizo más que aumentar, y escalábamos con el corazón en un puño, ya que esas masas blancas tenían que empezar a desprenderse en algún momento. Con cada ascenso, las condiciones empeoraban. El peligro de avalancha aumentó hasta tal punto que se podía sentir, con las puntas de los nervios, que todo pendía de un hilo.... Atravesábamos los tramos de reunión en reunión, evitando encontrarse en terreno abierto. La forma más segura era subir por la propia arista, pero agarrarse todo el tiempo a sus bordes era imposible. A veces teníamos que bajar y luego volvíamos a subir. La misma arista se acababa en un campo de hielo en el que crecía y acechaba una capa de nieve cada vez más amenazante.
Durante el tercer ascenso, “nadando” en masas de polvo blanco, junto con Carlos, Wojtek y Artur atravesamos un terreno verdaderamente peligroso. El tiempo estaba incluso bueno, pero en un momento dado Wojtek se detuvo y dijo:
– ¡Alto, caballeros! Al diablo con todo. Yo no sigo. Es demasiado peligroso. Para mi este juego ha terminado, regreso.
– Wojtek... desde el principio decidimos correr el riesgo, sabíamos que iba a ser así. Nos quedan 200 metros de este asqueroso campo de nieve, ¡más adelante ya subiremos por la cresta segura! Tenemos que superar esto de algún modo…
Sin embargo, me daba cuenta de que estaba instigándoles a una lucha muy peligrosa. Había que tomar una decisión juntos. El tiempo previsto para la expedición estaba llegando a su fin. Teníamos la comida para un mes, ya la estábamos repartiendo escrupulosamente. Así que había mucho en qué pensar.
Era tan difícil que la escalada avanzaba muy despacio. Nos asegurábamos todo lo que podíamos, yendo en tramos de ochenta metros, que era la longitud de la cuerda que teníamos. Cuando llegamos un poco más arriba, eran las dos de la tarde y todavía quedaba un largo camino hasta la cumbre. Era imposible. No íbamos a llegar a la cima antes del anochecer. Mientras tanto, un enorme penacho blanco se arremolinaba sobre la cumbre anunciando un infierno blanco. Decidimos regresar a la tienda. Lo hicimos con la conciencia de una derrota. Desmontamos las tiendas y descendimos al campamento base. ¡Estábamos tan cerca de la cumbre! - volví alcampamento base con la cabeza gacha. Miraba al cielo, miraba a la montaña que nos había superado, no fuimos capaces de conformarnos con este regreso. Entonces dije:
– ¿Por qué no lo intentamos de nuevo?
Llegó la mañana y el momento en el que habría que sacar la nariz de la tienda. Me asomé y vi la cima al alcance de la mano. Iluminada por el sol, hermosa, cercana. Era solo allí en el collado, donde soplaba el viento. Sacudí a Carlos, que estaba todavía encogido en un rincón y dijo:
– No voy a salir más. Os esperaré...
– Bien. Entonces prepara todo para que podamos luego bajar juntos rápidamente. Asintió con la cabeza. Expresaba la impotencia de un hombre que sabía que ya había dado todo. Comenzamos a caminar lentamente paso a paso por la nieve helada. Todo el tiempo por la sombra, lo que aumentaba la sensación de helada aún más fuerte. Pero cada paso nos acercaba más a la frontera de esta zona oscura, helada y azul. ¡Llegamos al sol! De repente cambió todo. Era como si surgieran nuevas fuerzas de las que no habíamos sido conscientes hasta ahora. Recuperamos la fe, experimentamos un importante empuje psíquico, todo parecía posible.