Se trataba de alcanzar lo más rápido posible a la gente en Pokhara y bajo el Cho Oyu. Desde el Dhaulaghiri descendí ya con las piernas ligeramente congeladas, tenía las primeras ampollas en los dedos de los pies. De todas formas, en comparación con los pies de Andrzej Czok, revisados por el medico en campo base, los míos estaban “bien”. No quise decir demasiado sobre mis congelaciones, ya que no quería poner al médico en una situación ambigua. Empezaría a convencerme para que abandonara mi próximo plan. Sin embargo, tenía la suerte de que su plena atención estaba centrada en las pobres piernas azuladas de Andrzej. A las mías echó solo un vistazo y llegó a la conclusión de que la situación no era trágica, pero a Andrzej le tuvieron que bajar los porteadores. Hasta el punto culminante de French Pass llegué sin mayores problemas; la nieve estaba en buen estado, pero al atravesar el collado, caí en polvo blanco hasta mis axilas. Empecé a dudar que fuera posible llegar. Todo el día transcurrió con una terrible lucha con la nieve. Había momentos en los que sentía impotencia. Movía las piernas, las revolvía en nieve y luego veía que solo había avanzado dos metros, dejando un profundo túnel de nieve detrás de mí.
Ahora Zyga y yo escalábamos en algunos sitios sin aseguramiento. Parecía un camino preparado a través de una escalera, sin embargo, era una escalera con peldaños rotos. La escalada más difícil fueron los últimos ciento sesenta metros antes de campo IV. Se puso el ambiente lleno de nervios, ya que se hacía tarde. Ojalá consiguiéramos pasar este difícil tramo sin cuerdas todavía con la luz del día. Luego debía de ser algo más fácil. Pero precisamente allí, donde estaba más difícil el tema, nos pilló la oscuridad más completa. Intenté seguir, saqué la linterna, imprescindible en este tipo de situaciones. Pero cuando le estaba cambiando las pilas se me cayó y voló hacía abajo. Sabía que Zyga estaba parado durante dos horas en la reunión y que se estaría quedando helado, pero no tenía otra opción. Estábamos en una pared donde era imposible hacer vivac. Teníamos que continuar el ascenso. Me metí en la nieve, clavé el piolet, preparé la reunión y le grité a Zyga:
– Puedes subir.
No había ningún contacto con Zyga. Solo a través de la cuerda sabía si avanzaba o no. Estaba tensa, entonces estaba avanzando. Pero llevaba mucho tiempo. Algo pasaba. Grité nuevamente:
– ¡Zygaaaa!
Tal vez me estaba engañando a mí mismo de que alguna voz me había contestado en medio de aullido del viento. Pasaron las horas, antes de que por fin oyera una respiración pesada bajo mis pies. Apareció Zyga.
– ¿Por qué tanto tiempo?
Respiraba con dificultad, de la manera que respondió con silabas:
– Me he ca-í-do en el tra-ver-so...
Iba avanzando, se resbaló, cayó tres metros, hizo el péndulo y se quedó colgado en la cuerda en medio del vacío. Como si fuese “el mono”, logró finalmente volver a la pared.
El nueve de febrero, a las dos de la tarde, llegué al campo base de Cho Oyu. Me dio la bienvenida Zyga. Los muchachos estaban abriendo una nueva vía. Los dos Macieks (Maciek Berbeka y Maciej Pawlikowski) estaban en el campo IV y habían decidido de moverlo más arriba para atacar la cima desde allí. (…) Ni hablar del descanso. No había tiempo. Por la tarde volví a preparar mi mochila y por la mañana salí con Zyga hacía el campo I. Al día siguiente al campo II, en el que tuvimos que esperar a que los muchachos llegaran a la cima, pernoctaran en el último campo y lo dejaran libre. Teníamos por delante mil metros en vertical, en un terreno complicado. Tenía un poco de miedo de que no seríamos capaces de atravesarlos en un solo día. Sin embargo, Zyga y yo no perdimos la fe en nuestras fuerzas. Después de un día de espera salimos hacía campo IV, porque el III ya no estaba.
Por el camino nos cruzamos con los dos Macieks descendiendo después de llegar a la cima. Les felicitamos. Sentí un poco de envidia que habían llegado a la cima antes que nosotros. Un trabajo muy duro. Nos explicaron cómo había que subir, mencionaron que al ascender habían tenido que quitar varios metros de cuerda, porque los habían necesitado más arriba.
Eugeniusz Chrobak (1939 – 1989)
Wspinanie rozpoczął w wieku 19 lat i stosunkowo szybko przeszedł wiele istotnych dróg w Tatrach. Uczestniczył w wyprawach w Kaukaz, Andy, Pamir, Hindukusz, Karakorum i Himalaje. Brał udział razem z Jerzym Kukuczką w wyprawie na Mount Everest 1980 oraz na Cho Oyu 1985. Zginął w drodze powrotnej do bazy z Mount Everest, zdobytego granią zachodnią w lawinie, 27 maja 1989 r.
– Estoy harto
– Montaremos un vivac- le dije a Zyga para tranquilizarle. Nos envolvimos con la manta térmica de un solo uso, nos sentamos en una plataforma del tamaño de dos sillas, con las piernas colgando sobre el oscuro abismo. Nos abrazamos y así temblando del frio, esperamos el amanecer. Por la mañana salí de la nieve, continué unos cincuenta metros más arriba y allí vi una carpa. Nos habían faltado solo 60 metros. Nuestros sueños nocturnos sobre saco de dormir seco y fiambreras de sopa caliente habían sido tan intensos que decidimos descansar en la carpa al menos un rato. Estábamos tan agotados que este rato se convirtió en todo el día y toda la noche. Cuando nos despertamos estábamos a 15 de febrero. El último día. Altitud 7400 metros. Salimos de la carpa “a la ligera” y empezó otra vez una escalada muy dura.
Cuando llegaron las cuatro de la tarde, la situación se puso muy seria.
– ¿Cómo procedemos? -dije- Si llegamos hasta la cima aprovechando el sol, bien. Pero el descenso probablemente será a oscuras. Habrá que montar un vivac…
– Estamos demasiado cerca de la cima… Continuemos hasta donde podamos.
Así que continuamos.