Organizar una expedición a Shisha Pangma en este momento no fue ya más que una minucia. La llegada de cuatro funcionarios chinos resolvió el problema. El coste de sus billetes de avión y manutención en Polonia salió en nuestra moneda zlotys, lo que necesitábamos para cubrir mitad de los gastos de nuestra expedición a China. Partimos entre julio y agosto del año 1987. El organizador de la expedición era mi club de Katowice. La expedición estaba compuesta por un pequeño, pero buen grupo: Janusz Majer, Artur Hajzer, Rysiek Warecki como realizador, Wanda Rutkiewicz y el médico Lech Korniszewski. A esto había que sumar la pareja mejicana Elsa Ávila y Carlos Carsolio, el británico Alan Hinkes, el estadounidense Steve Untch y dos francesas, Christine de Colombel y Małgosia Fromenty-Bilczewska.
Llegaron además los arrieros de yaks, conocidos en chino como: "conductores de yaks". Cada uno de ellos, debía de recibir todo, desde la ropa hasta el calzado. La caravana no duró más que tres días, pero las condiciones eran malas. Primero empezó a llover, luego la lluvia se convirtió en nieve. El camino transcurría todo el tiempo por una pendiente resbaladiza. Cuando llegamos cerca del campamento base, a 5600 metros, la nieve era tan profunda que cubría el pedregal. Los yaks no estaban acostumbrados a caminar por un sendero sin nieve despejada. Se dispersaban, no sabían por dónde ir. Unas dos horas antes de llegar al lugar en que habíamos decidido montar el verdadero campamento base, los “yaksmen” arrojaron definitivamente las cargas de los yaks y declararon que los yaks no iban a dar ni un paso más. Empezamos a convencer a los "conductores" para que se cargaran ellos mismos la carga a la espalda y nos ayudaran a transportar todo el tinglado. Nosotros mismos empezamos a cargar el equipaje para servir de ejemplo. De este modo conseguimos llegar a un acuerdo.

Montamos el campamento base, cavamos plataformas, levantamos tiendas. Todo iba según lo previsto excepto una cosa. Un día antes de llegar al campo base, Janusz Majer se empezó a encontrar un poco mal. Cuando llegó al campo base, se acostó y ya no fue capaz de levantarse. Al momento encargué el traslado del enfermo abajo. Rebuscamos en las cargas, sacamos las bombonas, pusimos oxígeno a Janusz, hicimos una camilla y empezamos a bajarlo. Nos reunimos en un lugar que más tarde llamamos „Lazareto". Allí, el médico examinó detenidamente a Janusz, estableció el diagnóstico de que se trataba de una insuficiencia de circulación relacionada con la falta de aclimatación, y de ahí una inflamación de las venas. Al acabo de una semana, tras la curación ordenada por el médico, Janusz pudo ponerse de nuevo en pie.
Resultó que la carretera de Katmandú a Kodari había quedado destruida por las inundaciones. Normalmente se iba por allí en autobús desde Katmandú, entre 6 y 8 horas y teníamos que organizar nosotros una caravana. Sin embargo, de alguna manera, logramos llegar hasta la frontera. Cruzamos el hermoso Puente de la Amistad entre Nepal-China y ya nos encontramos en China. Teníamos que dejar los porteadores nepalíes y ya nos estaba esperando el oficial de enlace chino para hacerse cargo de la organización de toda la caravana y de nuestra estancia en general. Subimos a las camionetas y los jeeps y partimos hacia el campamento base. Era el único campamento base hasta el que se podía llegar en coches, o sea los jeeps. Íbamos cómodamente, en comparación con las condiciones de otras expediciones, hasta que de repente, en el lugar más inesperado, el oficial de enlace enunció:
- ¡Alto! Aquí vamos a parar. Aquí será el campo base chino.
Y así llegamos a la primera disputa, en la que dejamos claro que no habíamos venido hasta allí para caminar por las estepas, sino para escalar en las montañas. Hasta las montañas, desde el lugar donde nos encontrábamos, había todavía dos días y medio de camino, y no nos cabía la menor duda de que el coche podía seguir adelante. Sin embargo, al parecer, ellos ya tenían preacordado que la base china iba a estar allí y ningún argumento les iba a hacer cambiar de idea.
El 28 de agosto realizamos un ascenso de aclimatación. Nuestro primer vivac instalamos en el lugar donde en el futuro ocuparía el campo I. La meseta no sólo era larga, sino que también tenía un kilómetro de ancho. Por un lado la cerraba el Shisha Pangma y por el otro el pico virgen, parecía un corredor. Llegamos hasta su final en esquís. Al final del corredor montamos el campamento y al día siguiente caminamos hacia este pico virgen, que está en frente del Shisha Pangma. No fue difícil, y no se había escalado hasta ahora probablemente sólo porque tenía un vecino tan atractivo y alto, que es el que principalmente atrae la atención de los escaladores. Se llama Yebokangal Ri y tiene 7365 metros de altura. Cuando estábamos en su cima, hacía un tiempo maravilloso, se podía ver perfectamente todo el Tíbet. Pasamos uno de esos momentos no perturbados ni por el cansancio excesivo, ni por un vendaval helado, ni por una tormenta de nieve sofocante. Sin embargo, nos esperaba un experimento. Llevábamos con nosotros los esquís y por primera vez íbamos a intentar a bajar con ellos de una montaña grande. Tengo que admitir sinceramente, que no tenía mucha experiencia en bajar esquiando por terrenos así. Cuando me abroché aquellas sofisticadas fijaciones, no me sentía nada seguro. Además, guiados por la comodidad en el ascenso más que en el descenso, optamos por lo mínimo: teníamos esquís de apenas 160 centímetros. Pero de algún modo, nos las arreglamos para esquiar hacia abajo.
Ya sentados en el campamento base, nos sentimos tan bien que no descartamos la posibilidad que el próximo ascenso fuera ya hasta la cumbre. Mi objetivo y el de Artur era el de realizar la primera ascensión a la arista occidental del Shisha Pangma, y también ascender la cumbre occidental, todavía virgen. Caminamos hacia la meseta, donde nos sorprendió mal tiempo. Empezó a nevar. Esperamos un día, pero no parecía que el tiempo iba a cambiar. Volvimos. Pasaba un día, otro, cinco, diez, pero el tiempo lo continuaba paralizándolo todo persistentemente. Cuando habían pasado doce días “ociosos”, me senté a escribir una carta solicitando una prórroga de la expedición, dirigida a nuestro oficial de enlace, que estaba tumbado a la bartola en algún lugar allí abajo. Pero a partir de ese día, todo empezó a sonreírnos. Nada más enviar la carta, de repente empezó a hacer buen tiempo.

Conseguimos escalar la arista casi como habíamos planeado. Había algunos tramos difíciles, otros fáciles, pero en general, no nos causaron grandes problemas. Era como Orla Perć a una altitud de 7000-8000 metros. Al mismo tiempo, el resto del grupo, formado por Wanda, Elsa, Carlos y Rysiek, subió por la ruta normal. Cuando empezó a brillar el sol, de repente todos se pusieron en marcha como una manada de caballos cuando estalla una bomba. Sólo con el fin de llegar a tiempo, ya que las condiciones meteorológicas podían cambiar en cualquier momento. Todos nos encontramos a la vez cerca de la cima del Shisha Pangma. La montaña en realidad tiene dos picos. El primero también alcanza ocho mil metros, pero el más importante es el segundo. Sin embargo, ya eran las cuatro de la tarde. Artur y yo llevábamos las mochilas llenas del equipamiento para hacer el vivac, sacos de dormir, y eso que estábamos haciendo esta montaña en estilo alpino. Nos daba igual dónde íbamos a hacer vivac. Aunque habíamos tomado decisión previamente que en esta expedición cada uno iba a actuar según su propio plan establecido, llegué a la conclusión de que aquí, a ocho mil metros, tenía que tomar la palabra.
- Pensadlo detenidamente y decidid. O regresáis ahora y llegáis de forma segura al campamento, pero sin ascender a la cima principal, o vais a la cima corriendo el riesgo de tener que descender de noche.
Vi que no querían entender mis advertencias. Aún no había terminado este discurso de mentor cuando vi que todos se habían echado a andar sin decir una palabra, corriendo tan rápido como podían con sus piernas y pulmones hacia la verdadera cima.
Cuando le alcancé con los esquís, ya estaba esperando en la cima. Gracias a ello, tengo imágenes en la cima. Son tan nítidas, tan naturales, que a mi regreso no faltaron comentarios del tipo:
- Fingiste muy bien la película de la cima. Da la sensación de que realmente hubierais estado allí… Por cierto, la película se realizó con una cámara francesa "bolie" viejísima, muy sencilla, todavía de las de manivela. Sólo estas cámaras pueden pasar realmente la prueba en la alta montaña. Resulta que las mejores son las que se usaban durante la segunda guerra mundial. El hecho de que cada vez sea más habitual encontrar una cámara de vídeo de ocho milímetros en las mochilas de los alpinistas, no cambia en absoluto mi opinión de que las cámaras más fiables en alta montaña son las normales de dieciséis milímetros, las tradicionales. Cuando estábamos realizando estas imágenes, la cima ya se había quedado desierta, toda la manada acaba de abandonarla y estaba regresando.
Cuando llegamos al collado entre las dos cimas, en realidad justo antes de llegar a la cumbre verdadera, me detuve y dije:
- Artur. De todos modos, tendremos que pasar la noche por aquí. Dejemos estas mochilas en cualquier sitio, incluso aquí, y vayamos a la cima ya „a la ligera”.
- ¿De qué estás hablando? - No he traído la cámara hasta aquí para hacer fotos en la oscuridad. Acamparemos aquí tranquilamente, iremos a la cima por la mañana y haremos unas fotos magníficas.
- Cierto, tienes razón-asentí.
Nos sentimos aliviados al soltar nuestras mochilas. Sin embargo, algo me dio la sospecha.
- Artur, después de todo, lo que queremos hacer es una tontería. La cima está muy cerca. ¡Venga, vamos a subir!
Y así lo hicimos. Dejamos las mochilas y yo decidí recorrer el último tramo arrastrándome con los esquís. Antes de que pudiera ponérmelos, Artur cogió la cámara sin decir palabra y me adelantó.
