Llamé al timbre de la puerta que conocía muy bien y pensé que todo seguía igual, como hace años cuando fui a pedir matrimonio a mi mujer. Una botella para el suegro, flores para la suegra, caja de bombones para la cuñada. Me acogieron muy bien como aquella vez.
– ¿Qué tal se encuentra Celina? Preguntaron.
– Está en el hospital. El médico dice que todo en orden. Puede ponerse de parto en cualquier momento.
Y así empezó una conversación parecida a las conversaciones típicas en las casas donde en breve va a aparecer un hijo. Sin embargo, el asunto por el que estaba allí era más complicado.
– Dada la situación- empecé- tengo que pediros un favor. En breve tengo la oportunidad de un viaje que me gustaría aprovechar. Me gustaría que me apoyéis a la hora de hablar con Celina.
No iba a ser capaz de ayudar a mi mujer durante los más difícil, las primeras semanas de maternidad. Por primera vez no estaría en casa durante la Navidad, que para nosotros siempre habían sido fiestas muy marcadas en nuestra familia. Hasta este momento había intentado cumplir una regla: una expedición al año. Ahora todo depende de ellos, de lo que dijeran:
– Si esto es de verdad tan importante para ti, ve. Hablaremos con Celina…-dijeron.
Desde aquel momento cuando escucho los chistes sobre las suegras no me río.
26 de octubre, nació mi segundo hijo- Wojtek- un niño muy alegre desde primer instante de su vida. Me metí en el torbellino de todos los asuntos relacionados con la organización. Cuanto más me involucraba, menos remordimientos tenía respecto al huir de las obligaciones de padre.
Nos acercamos al glaciar, donde debían estar: el campo base a los pies del Dhaulagiri y mis amigos. Solo que el glaciar tiene tres o incluso cuatro kilómetros de anchura y encontrar donde estaban las carpas fue una tarea muy difícil. Después de haber llevado un rato, encontré un bote de conservas. ¡Polaco! En vez de alegrarme me puse intranquilo. Si están los botes, pero no esta el campo base, esto podía significar que habían acabado ya el ataque a la montaña. Daba muchas vueltas de forma desesperada en este helado desierto. Por suerte aparecieron dos siluetas. Las reconocí desde lejos. Eran Janusz Skorek y Andrzej Czok. No sé de donde me salieron las ganas de hacer bromas, justo después del estado de desanimo que acabo de tener…En vez de gritar, saludar alegremente con la mano, saltar, me senté en la nieve y esperé. Cuando se acercaron a dos metros, les solté:
-¡Control de pasaportes! ¿Tienen el permiso?
Esta inesperada escena en el Himalaya, imitación de las guardas de la frontera de Eslovaquia, hizo que se quedaran petrificados. Estaban asombrados y en el shock.
El campo base se encontraba a veinte metros de allí. Puede que no lo hubiera encontrado nunca, ya que estaba metido como bajo una piedra enorme, de unos veinte metros.
Pokhara, después de la capital, es la segunda ciudad más grande de Nepal. Allí pasé la Nochebuena. Compré alguna fruta, abrí la lata de sardinas, y preparé una sopa de remolacha del sobre, en vez de sopa de ciruelas deshidratadas, tan típica en mi casa durante la Navidad.
Tenía conmigo una hostia consagrada que no podía compartir con nadie. También tenía conmigo el Nuevo y el Viejo Testamento. Cuando encendí la vela, me puse muy triste. Era la primera Nochebuena que pasé fuera de casa. Me tomé un trago del alcohol regional, que no me ayudó superar mi tristeza. Estaba a punto de llorar.
Al día siguiente era Nochevieja, este día lo pasé descansando. Allí, durante esa época del año, hace frio, así que la fiesta duró solo dos horas, que transcurrieron con los recuerdos. Me emocioné al recordar las Nocheviejas que tradicionalmente pasaba en Istebna y donde daba la bienvenida al Año Nuevo. Hacíamos un trineo con caballos, lanzábamos fuegos artificiales, el Año Nuevo lo recibíamos siempre a medianoche fuera de mi casa en las
El dos de enero partimos hacía la montaña. Iba con Andrzej Czok y Janusz Skorek. Tenía un poco de miedo por mi aclimatación. De momento me encontraba bien y les seguía el paso. Llegamos al campamento dos hacia medianoche. Era muy difícil encontrarlo, ya que estaba cubierto por la nieve.
Montamos el campamento III, descendimos y ahora empezaron las cosas en serio. Instalamos el campamento IV a una altitud de 7000 metros. Éramos conscientes de que estaba un poco bajo, pero estábamos de buen animo y queríamos atacar la cima desde esta altura.
Nos tocaba ahora a nosotros. Salí con Andrzej y Mirek Kuraś. Mientras tanto el campamento III desapareció, se quedó completamente cubierto por la nieve. Llegamos al campamento IV, que es, hasta ahora, el más alto. Por la mañana nos levantamos, vestimos y nos esperaba una tarea para nada fácil, trasladar la carpa a un punto más arriba. Cuando estaba a punto de salir de la carpa, sentí que algo me estaba empujando desde la lona. Nos empezaba aplastar un peso invisible.
Al final del día llegamos a una altura de 7700 metros, donde, en una pequeña arista, instalamos nuestra carpa que estaba hecha un asco y donde nos preparábamos para la escalada el día siguiente. Los problemas no se acabaron. Andrzej reconoció que algo pasaba con sus piernas. Se le estropeó la cremallera en las polainas cuando nos había pillado avalancha, ahora no le quedaba otra que atarlas de alguna manera, pero eso ya no le protegía tanto sus pies. Andrzej no decía nada, me dio la espalda e intentaba calentar sus pies como sea.