Me llamó el líder de la expedición a Nanga Parbat, Paweł Mularz. Luego quedé con él en Cracovia y así empezó todo. Aproveché mi experiencia y mis contactos en la tierra silesiana para organizar las concesiones de provisiones casi imposibles de conseguir en aquel momento. El 3 de mayo me dirigí a Cracovia, en un pequeño Fiat 126, repleto hasta el techo con los mejores embutidos y jamones. Seguíamos con las restricciones después del estado de guerra y yo viajaba con el coche lleno de los más buscados manjares. De camino, paramos en una gasolinera, me quité la chaqueta y la apoyé en el techo del pequeño Fiat. Arreglé una cosa en el interior del coche y continué el viaje. En el bolsillo de la chaqueta estaban todos mis documentos. Todos, incluido el pasaporte. Sólo a unos kilómetros de Cracovia me entraron los sudores. Empecé a buscar los documentos…y no estaban.
El coche se tambaleaba por la carretera de piedras. Yo miraba a mi alrededor. Tenía la sensación de haber ido al cine para ver una película que ya había visto antes. Pues aquí, hace 8 años, era la primera vez que había tenido contacto con las montañas a las que había rezado tanto. Aquí, en Nanga Parbat me había pasado de todo: el encanto de la grandeza del Himalaya, tocar un ochomil y la amarga decepción de una derrota.
Nos acercábamos ahora a la montaña contra la que ya había perdido una vez. Pronto iba a estar frente a ella de nuevo. Esta vez sin complejos. Pero no podía liberar la mente del pensamiento de que ya una vez no había podido con ella. El Nanga es la única montaña de ocho mil metros cuya base se puede alcanzar sin ningún problema, tras un recorrido relativamente corto en jeep y tras un ascenso de 2 días. Es la única en la que campo base se monta a una altura de 3650 metros, donde hay praderas verdes, carpas, una hoguera, casi como en el campamento de los Scouts.
Las mayores dificultades consistían en fijar las cuerdas entre el campo II y el planeado como campo III. ¿Cómo conseguirlo? Decidí salir con mi equipo “a lo pesado”, es decir, cargando sobre la espalda el equipamiento necesario para montar el vivac del campo III. Establecimos un objetivo: allí donde llegásemos, acamparíamos. Después de llegar hasta final de la cuerda de seguridad, colocamos todavía 200 metros de cuerdas en una pared muy difícil, una pared de hielo. Cuando finalmente me encontraba en la reunión, se había hecho de noche. Mis compañeros llegaron a tientas. Excavamos en una pared afilada, una plataforma mínima para una carpa de dos personas, en la que nos metimos los seis. Las condiciones solo nos permitían esperar a que pasara la noche. Fue un momento crucial. Gracias a esto estábamos solamente a 200 metros del sitio previsto para el campo III. Habíamos roto el tedioso circulo de la incapacidad. Al día siguiente, a una altura de 6500 metros, bajo un serac de varios metros, montamos el campo III.

El equipo de la expedición era un grupo internacional, pero el alma eran Paweł Mularz y Piotrek Kalmus, quienes habían invertido mucho tiempo para organizarlo todo. Yo partí dos semanas más tarde. Después de las expediciones invernales tenía que sacar tiempo para un reposo, descansar un poco. Ahora les seguía. Primero, 30 horas en autobús de Islamabad a Gilgit. Desde allí, con un jeep alquilado, hasta Jaglot.
El camino era muy difícil y extremadamente peligroso. Conducía a través de abruptos barrancos constantemente inundados por los aludes. Afortunadamente, estos ya habían tallado unos canales permanentes, así que podíamos adivinar por dónde caían desde arriba los ríos del barro y piedras en la parte baja, y de la nieve y hielo en la parte más alta. Sin embargo, teníamos que cruzar estos canales continuamente. El problema se reducía a esperar el momento adecuado y saltar por encima de las zonas más peligrosas. Debido a esta continua amenaza, considero que ésta fue una de mis expediciones más peligrosas.
El 10 de Julio por la noche, se desató un fuerte vendaval. Allí en el campo IV (7400 metros), la carpa de Sławek y Carlos se quedó derrumbada. Tadeusz y su equipo llegaron muy tarde al campo I. Al día siguiente continuaron ascendiendo. De camino al campo II, llegaron a la zona más peligrosa justo al mediodía…Cuando a la 13:00, hora habitual de conexión, arranqué mi radioteléfono, oí:
– A las 11:10 un alud se ha llevado por delante a Piotrek Kalmus… Había ocurrido una tragedia. Había muerto nuestro amigo. Hasta muy tarde por la noche los radioteléfonos no se callaron. Empezó una larga discusión sobre qué hacer a continuación. Estaba sentado con el radioteléfono en la mano, y me llegaba cada palabra relacionada con esta dramática conversación. Todos en el campo I y campo II estaban absorbidos por cómo actuar en esta situación.
– Bajaremos a Piotrek al campo base, lo enterraremos en el campo base, ¡Cambio! - chilló el radioteléfono.
La primera decisión ya estaba tomada. Pero eso no era todo. No tuve coraje de expresar lo que estaba pensando. Me escondí detrás de la espalda de Zyga. Zyga cogió el radioteléfono de mis manos y dijo:
– Opino, que tenemos que hacerlo todo, para que esta tragedia no haya sido en vano. Si ahora bajamos, esto significara el fin de la expedición. Deberíamos continuar. “¡Cambio!”…
Se lo dijo a Paweł Mularz, que era el más afectado por esta tragedia. Piotrek era su amigo, su muerte le afectó tanto que confesó: “Estoy harto de todo. Deberíamos dar por terminada esta expedición”.
En polo contrario se encontraba ahora Zyga, al que, yo apoyaba en silencio. Finalmente quedamos en que los que estaban por debajo del campo IV, descenderían y participarían en el traslado del cadáver y el entierro, y nosotros continuaríamos con el ascenso.
Caminaba todo el rato como en la niebla. Percibía el mundo de forma un poco irreal, había confusión en mi cabeza. Estaba debilitado por el sol, que brillaba de forma tan clara, que si me hubiese quitado las gafas me habría quedado ciego en un instante. Todo estaba muy brillante, y soplaba un viento muy fuerte. Un lugar difícil de definir, brutalmente iluminado y peligroso. Se parecía un poco a un negativo sobreexpuesto. Ya veía la cima. Estaba muy cerca, todo lo más difícil ya había quedado atrás. Era solo la cuestión de paciencia. La cima estaba más cerca y más cerca…
Cuando instalamos la carpa del campo V, en altura de 7600 metros, hacía un frio del carajo. Intentábamos ahorrar el gas, que teníamos en escasez. Al día siguiente teníamos previsto ir ya a la dirección de cima. Llevamos lo menos posible con nosotros. Solo las lonas para hacer el vivac. Zyga hasta el último momento estaba meditando:
– Llevaría con nosotros al final el hornillo de acampada con los restos del gas que tenemos.
– Si vamos a la ligera, seamos consecuentes- le llevé la contraria.
Partimos pronto a la mañana.
– ¡Hoy no llegaremos a la cima! Busca un lugar para poder quedarnos allí. ¡Aquí no hay ningunoooo!
Dieron vueltas y más vueltas y por fin me llegó desde abajo el grito:
– ¡Aquí hay un sitio!! ¡Se puede cavar una cueva!
Nos abrazamos para compartir el calor de cada uno. Y era entonces, cuando Zyga sacó de su mochila el hornillo con gas. Era lo que justamente nos hacía falta en aquel momento. Le bendije z Zyga, a quien no hacía tanto, había ordenado con rigor de quitar el peso de su mochila.